domingo, 26 de octubre de 2014

                        
    Uno de los himnos más sublimes del Rig Veda, el 129, conocido como el “Himno de la Creación”, se remonta al período cósmico más remoto concebible:

EL HIMNO DE LA CREACIÓN  

           No había inexistencia ni existencia, entonces.
           No existía la atmósfera ni el cielo que está más allá.  
           ¿Qué estaba oculto? ¿Dónde? ¿Protegido por quién?
           ¿Había agua allí insondablemente profunda?  

           No había muerte ni inmortalidad entonces.
           Ningún signo distinguía la noche del día.  
           Uno solo respiraba sin aliento por su propio poder. 
           Más allá de eso nada existía.  

           En el principio la oscuridad escondía la oscuridad.
           Todo era agua indiferenciada.  
           Envuelto en el vacío, deviniendo,
           ese uno surgió por el poder del calor. 

           El deseo descendió sobre eso en el principio,
           siendo la primera semilla del pensamiento.  
           Los sabios, buscando con inteligencia en el corazón,
           encontraron el nexo entre existencia e inexistencia.  

           Su cuerda se extendió a través. 
           ¿Había un abajo? ¿Había un arriba? 
           Había procreadores, había potencias. 
           Energía abajo, impulso arriba. 

           ¿Quién sabe realmente? ¿Quién puede proclamar aquí
           de dónde procede, de dónde es esta creación? 
           Los dioses vinieron después. 
           ¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió? 

           ¿Esta creación de dónde surgió? 
           Quizás fue producida o quizás no.  
           El que la vigila desde el cielo más alto,
           él sólo lo sabe. O quizás no lo sabe.  


                                        
Un breve himno, el 190, proporciona una visión más sucinta y más afirmativa de la creación aunque en este el calor juegue, también, un rol primordial:  


   EL CALOR PRIMORDIAL


           El orden y la verdad nacieron del calor encendido.     

           De allí nació la noche, de allí el encrespado océano.  

           Del encrespado océano nació el año, 
           el ordenador de los días y las noches, el regidor de todo lo que parpadea.  

           El creador hizo uno después de otro al sol y a la luna  
           al cielo y a la tierra y a la atmósfera y también a la luz.  






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